Existen tres motores principales que nos mueven a aprender: la curiosidad, la pasión y la imitación. Nacemos con ellos, estamos predispuestos a aprender, nos encanta...
El sistema educativo actual, que nació en la Prusia del s. XIX con el objetivo de crear mejores soldados y trabajadores para las fábricas con cadenas de montaje, capa estos motores, puesto que no busca convertir a los niños en librepensadores que deseen aprender, llegar al fondo de todo aquello que les interese, disfrutar del conocimiento; busca crear esclavos que obedezcan órdenes externas, que las acaten sin plantearse nada, que sean incapaces de levantarse ante una injusticia, que piensen poco, lo justo para llevar a cabo tareas tediosas, repetitivas e impuestas externamente, en un horario fijo y sin salirse nunca del camino marcado.
Conozcamos un poco más a fondo cada una de estas cualidades:
La curiosidad:
El ser humano es curioso por naturaleza. Los bebés y niños pequeños se fijan en todo aquello que les rodea, pueden dedicar un largo tiempo a observar una mariquita, una hoja o una mota de polvo, analizándolas, su larga lista de "por qués" nunca acaba, pues siempre que conocen algo nuevo sienten el impulso de llegar hasta el fondo del asunto... quieren saberlo todo. Si no se les limita su tiempo de observación libre, si se les contesta a sus preguntas con información real y dada con cariño y buen humor, los niños mantienen intacta esta curiosidad que les llevará a seguir buscando el conocimiento durante toda su vida.
La pasión:
La pasión es muy importante. Cuando un tema nos apasiona de verdad podemos dedicarle incontables horas, no nos cansa, no nos aburre, no nos agota. Aprender con pasión es placentero, es buscado, es inherente, no impuesto desde el exterior. Si queremos fomentar la pasión de nuestros hijos y educandos por el conocimiento debemos apoyarles y acompañarles en sus procesos de descubrimiento, ilusionándonos con ellos, presentar los temas como lo que son: algo maravilloso que les encantará conocer a nuestro lado y descubrir juntos, sin imponer actividades tediosas que no aportan nada positivo que no pueda aprenderse de otro modo, sin obligar a repetir una y otra vez lo mismo, sin imponer actividades por el simple autoritarismo de "soy mayor que tú y por tanto te obligaré a hacerlo". Estas últimas formas, en las que se basa nuestro sistema escolar, no tienen por objetivo que los niños obtengan conocimientos, ni mucho menos que desarrollen pasión por el aprendizaje, tienen por objetivo que aprendan una única cosa: a obedecer.
La imitación:
Los seres humanos, como el resto de animales, aprenden por imitación. Sabemos que no podemos enseñar a un niño a hablar o a caminar, simplemente hablamos y caminamos a su alrededor y ellos solos, cuando su sistema nervioso ha madurado lo suficiente, aprenden a hacerlo por imitación.
Famosa es la frase humorística de: "haz lo que digo, no lo que hago". Proviene de este mismo hecho, podemos decirles una y mil veces a nuestros hijos que se laven los dientes, que coman sano o que lean, pero si nosotros no lo hacemos ellos no lo harán.
El factor de la imitación juega a nuestro favor, si somos capaces de mantener intactas la curiosidad y la pasión y ofrecemos a los pequeños un entorno estimulante donde nosotros mismos mostremos nuestro gusto por el conocimiento y les acompañemos en sus propios descubrimientos, ellos desarrollarán el mismo gusto por imitación.
Como adultos educados en este sistema obsoleto, también nosotros deberíamos trabajar en nuestras propias cualidades, pues nunca se deja de aprender si estamos abiertos a ello. Y, por supuesto, si queremos que nuestros hijos se apasionen por el conocimiento y lleguen a ser personas libres debemos ofrecerles un entorno rico, paciencia, cariño, ejemplo... y huir de sistemas nocivos que sólo sirven para dañar su autoestima y llevarles a odiar el aprendizaje, a verlo como una carga, como un mal trago por el que hay que pasar con el único objetivo de aprobar exámenes y conseguir títulos que les acrediten como esclavos de alto nivel.
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